Entre nosotros, la indignación es
un renegar estéril…
cuando no, un borbotón de rabia
signado por procederes que se consideran
de machos verracos; pura arbitrariedad dirán otros. Reducida las más de las
veces a grupos de personas que no superan la ínsula del centenar. O mejor, eso es lo máximo que ha alcanzado en nuestra Villa, lo que puede equivaler a indignación, que en
otros lugares de este mundo terrenal es impetuoso movimiento de masas, marea humana que se sostiene y
persiste, sin la presencia de convencionales direcciones, reclamando: cese de la escandalosa corrupción, contra la desigualdad
social, el desempleo, la injusticia,
contra los caros y malos servicios
públicos; por democracia.
Las razones de por qué entre
nosotros y en la región, la protesta social no ha despertado, son varias;
multifactoriales. Pero no vamos a ocuparnos de ello en éstas notas, más sí
adelantamos una de aquellas posibles, residente en el peso de mole que las relaciones
pre-modernas todavía ejercen sobre la conciencia del común de nuestras gentes.
Algo así como una esclavitud invisible que espiritualmente anonada a la
población vulnerable, retroalimentada por el reino de la necesidad brutal, que
es vida cotidiana. Pero no por ello suficiente para que devenga en práctica social
que asuma los riesgos de sentirnos libres y ejercer la libertad. Las cadenas y
su estridencia pueden tener lugar en la mente.
En esta aldea de Santiago de Tolú, cronológicamente dilatada, nada
quinceañera, sucede lo peor, pero no pasa nada. Necesidades sobre necesidades.
Y una corrupción desbordante que deja a su paso huellas y pestilencia. Y todos
lo comentan, y todos lo saben. Pero no pasa absolutamente nada. Y los
depredadores de los bienes públicos del municipio, quienes tienen por oficio latrocinar, impúdicamente exhiben su
riqueza adquirida ilícitamente, extorsionando de hecho a la ciudadanía en
general, y al puro pueblo, haciendo de las normas, de la ley, rey de burlas. Y de ciertos cargos, esquinas oscuras y
parajes clandestinos desde donde se opera y consuma el delito.
nada. ¿Por qué no se abren investigaciones? ¿Por qué no operan los
órganos de control? ¿Por qué no se llama a nadie a juicio? El común, infiere,
deduce -por las huellas y pestilencia que van dejando los hábiles
delincuentes-, que esto está ocurriendo
no por la pura suerte (o rezos, o muñecos en cruz) de que gozan estos
“expertos” en el arte de la mano ágil. Debe
ser por otra razón que, sin querer, coloca en la categoría de SOSPECHOSOS a
jueces, entre ellos distinguidos magistrados, y a cada funcionario, pieza
estratégica de los órganos de control en el municipio, el departamento y la
nación. Mientras, qué paradoja, la lupa
acosadora de monseñor Alejandro Ordoñez con espada en mano, asedia con sevicia al alcalde mayor de
Bogotá, entre otras razones porque no es en nada corrupto, ni narco, ni “para”.
Tampoco guerrillero, ni intelectual “enclosetado” a favor de la FARC.
Pero es disidente. No hace
parte de su cofradía.
Ramiro del Cristo Medina Pérez
Santiago de
Tolú, julio 20 - 2013