martes, 23 de julio de 2013


 

                                                                                 Entre nosotros, la indignación es un renegar estéril…
cuando no,  un borbotón de rabia signado por procederes  que se consideran de machos verracos; pura arbitrariedad dirán otros. Reducida las más de las veces a grupos de personas que no superan la ínsula del centenar.  O mejor,  eso es lo máximo que ha alcanzado en nuestra Villa,  lo que puede equivaler a indignación, que en otros lugares de este mundo terrenal es impetuoso movimiento  de masas, marea humana que se sostiene y persiste, sin la presencia de convencionales direcciones, reclamando: cese de la escandalosa corrupción,  contra la desigualdad social, el desempleo,  la injusticia, contra los caros y malos servicios públicos; por democracia.

Las razones de por qué entre nosotros y en la región, la protesta social no ha despertado, son varias; multifactoriales. Pero no vamos a ocuparnos de ello en éstas notas, más sí adelantamos una de aquellas posibles,   residente  en el peso de mole que las relaciones pre-modernas todavía ejercen sobre la conciencia del común de nuestras gentes. Algo así como una esclavitud invisible que espiritualmente anonada a la población vulnerable, retroalimentada por el reino de la necesidad brutal, que es vida cotidiana. Pero no por ello suficiente para que devenga en práctica social que asuma los riesgos de sentirnos libres y ejercer la libertad. Las cadenas y su estridencia pueden tener lugar en la mente.

En esta aldea de Santiago de Tolú, cronológicamente dilatada, nada quinceañera, sucede lo peor, pero no pasa nada. Necesidades sobre necesidades. Y una corrupción desbordante que deja a su paso huellas y pestilencia. Y todos lo comentan, y todos lo saben. Pero no pasa absolutamente nada. Y los depredadores de los bienes públicos del municipio, quienes tienen por oficio latrocinar, impúdicamente exhiben su riqueza adquirida ilícitamente, extorsionando de hecho a la ciudadanía en general, y al puro pueblo, haciendo de las normas, de la ley, rey de burlas. Y de ciertos cargos, esquinas oscuras y parajes clandestinos desde donde se opera y consuma el delito.

 Así, algunos cargos menores, se sienten autorizados para hacer de peaje. Y no pasa absolutamente
nada. ¿Por qué no se abren investigaciones? ¿Por qué no operan los órganos de control? ¿Por qué no se llama a nadie a juicio? El común,  infiere, deduce -por las huellas y pestilencia que van dejando los hábiles delincuentes-,  que esto está ocurriendo no por la pura suerte (o rezos, o muñecos en cruz) de que gozan estos “expertos” en el arte de la mano ágil. Debe ser por otra razón que, sin querer, coloca en la categoría de SOSPECHOSOS a jueces, entre ellos distinguidos magistrados, y a cada funcionario, pieza estratégica de los órganos de control en el municipio, el departamento y la nación. Mientras, qué paradoja, la lupa acosadora de monseñor Alejandro Ordoñez con espada en mano, asedia con sevicia al alcalde mayor de Bogotá, entre otras razones porque no es en nada corrupto, ni narco, ni “para”. Tampoco guerrillero, ni intelectual “enclosetado” a favor  de la FARC.  Pero es disidente. No hace parte de su cofradía.
 Entre los damnificados en Tolú, por las acciones sistemáticas en contra del juego limpio, de la transparencia, por tanto,  contra la convivencia,  el respeto y la decencia para con el pueblo,  por parte del gobierno de turno, tenemos a la educación pública, y en particular a la Institución educativa Luis Patón Rosano. En ésta, en sus predios,  tenemos el monumento a la desidia, al chamboneo, a la corrupción, en la que está comprometido el gobierno anterior, bajo cuyo mandato se construyó, y el actual, que lo recibió  hace aproximadamente un año, Y NO LO HA ENTREGADO A LA DIRECCION DEL PLANTEL.  Pero tampoco ha exigido a quien corresponde,  EL CUMPLIMIENTO DE LA POLIZA DE GARANTIA, dicen,  que con la clara y calculada intención de que ésta prescriba, y NADA PASE. Ni a los contratistas, ni a los interventores, ni a la contraparte, el gobierno municipal, que sí tiene parte, “mama de parte” en este entierro, como dice un líder natural de la comunidad.
 Nos referimos al coliseo deportivo que duerme en el olvido,  en la parte posterior de los predios del colegio, sede central de la institución Luis Patón Rosano.

 Para lo que sí está siendo habilitado ese escenario, es como centro de operaciones para la inseguridad de estudiantes, trabajadores, profesores y demás miembros de la comunidad educativa. A la vez que tierra de nadie para prácticas completamente contrarias a las que emprende, impulsa y promueve la institución educativa. Ejecutadas aquellas por personas ajenas al establecimiento.

 Y no pasa absolutamente nada. Y la delincuencia, crece, crece! Crece la delincuencia! Y la población, y su juventud,  degradándose. Rodando hacia los abismos de la miseria y la descomposición.

 Tolú, ya ni clase dirigente tiene. (…)

 

 

Ramiro del Cristo Medina Pérez

 

 

Santiago de Tolú, julio 20 - 2013